Ni el plato de tallarines pudo llenar ese vacío en su interior. Se levantó de la mesa, llevó su plato a la cocina y luego fue a su habitación. Se encerró con pestillo, corrió las cortinas y se sumergió en la oscuridad.
En posición fetal sobre la cama, pensaba qué sería de él si actuara de otra forma, si aquella niña que le gusta se enterara que él existe... pensaba y pensaba, mientras se acariciaba las piernas y lloraba.
Las horas volaron rápidamente, el timbre retumbó en la casa. El muchacho abrió rápidamente la puerta, se dirigió a la entrada y la encontró allí junto a su madre. Ambas hablaban de los más natural, pero él se sentía mal, porque incluso su madre podía sonreír a su lado.
Fueron juntos a la habitación, no se hablaron por el camino y mientras él le explicaba la materia, ella dejó el cuaderno a un lado y le contó... "ya no soy virgen".
El día llegaba a su final, la madre despedía la chica desde el pórtico, asomado por una ventana el muchacho sentía como su corazón iba a parar en cualquier momento.
Esperó, esperó y esperó, hasta que los latidos volvieron a su curso normal. Se sentó frente al ordenador, encendió la pantalla y viajó por la red, con la esperanza de encontrar un mundo donde si pudiese morir.
